SE BUSCA UN PENE (Crónica)

La comunicación es la sabiduría en una relación, es la base del éxito.

El hombre de mis noches calientes se ha convertido en mis noches frías

 Hace ocho años, un 6 de diciembre del 2007 cuando el invierno se hacia más frío, tomé la decisión de casarme con el hombre de mi vida. Un amante del deporte, de descendencia árabe, el segundo de tres hermanos, un profesional en la arquitectura. Sus manos eran grandes y suaves como sus labios rosados y carnosos; él, el sí de mi invierno y de mis noches calientes.

La caballerosidad de mi hombre era la indicada para una dama no solo de sociedad, sino de una cama ardiente por alientos de pasiones merecidas. A nuestra corta edad ya estábamos comprometidos ante la Ley de los hombres y la Ley de Dios. Él, 27 años y yo 25, cuando el disfrute y la diversión es el acontecer más noticioso.

Salomón Najjar durante nuestro ocho años de matrimonio los cuales decidimos vivir en Alemania, donde el atardecer en Frankfurt era tan esperado como sus besos mojados recorriendo mi piel fría y erizada. Recuerdo como si hubiese sido ayer; el romance con toques salvajes era lo más innovador, el gemido, el mío, el de él. Dos cuerpos a la intemperie de la excitación morbosa y engrandecida a consecuencias de su perfecto miembro sexual, tan erecto como mi amor por él, tan fuerte como el terror Nazi. Salomón presumía de su potente pene, su arma que exorcizaba con orgasmos del mismo infierno V.I.P.

Mis pezones duros por la espera de su boca ardiente de sabores vaginales llegaban anunciar una penetración suave pero de hombre, romántica pero salvaje, erecta y factible. Así era mi amado Salomón hasta hace tres meses; meses de distancias e inviernos sexuales, frío como la mirada de un Adolfo Hitler.

Yo, Henoa Vagel no entendía su flacidez, solo eran 35 años de edad, no aceptaba noches frías luego de noches calientes del  hombre a quien decidí como compañero para el resto de mi vida. ¿Pero cómo dejar de sentir como mujer?, mi vagina me reclamaba mi silencio; no estaba segura, preparada para su reacción, él es un árabe, no merece la pena y la vergüenza de mis deseos carnales.

El 6 de diciembre de 2015, nuestro octavo aniversario, un atardecer como cualquier otro en Frankfurt, la ciudad más poblada de Alemania, sintiendo ese placer que no había hacen unos 70 años.

Eran las 5:45 minutos de la tarde, allí junto a mi amado Salomón decidí llorar en llantos la frustración que venía viviendo desde el pasado 2 de septiembre. El error de no comunicarme, de no decirle las carencias que estaba provocando su pene flácido; su impotencia imprevista. De rodillas antes sus pies le aclamaba su perdón que me ocasionó la desgastada y muy de moda incomunicación.

Él, el sabio de la relación supo entenderme como mujer y como compañera de vida; así fue como el 10 de diciembre decidimos ir a una terapia con una reconocida sexóloga de Frankfurt, quien señaló que tenía impotencia funcional, la cual es producida por el deterioro del musculo liso, el tejido fibroso o las arterias; su factor era debido a un problema emocional.

La preocupación de no ver a su madre desde hace 6 años había generado de forma directa su flacidez, su silencio aunando las carencias mías.

Tres meses y medio de terapias pudieron consolidar de nuevo el potente y suave órgano sexual que extrañaba mi boca sentir, mi cuerpo rozar y mi alma gritar.

Jamás dejaré de comunicar lo que siento y padezco, recuerdo ese tormentoso trance de la bajeza de no hablar, no observar y no escuchar; así como juzgue a Salomón hoy aplaudo su nuevo y joven pene siempre dispuesto.

El poder de comunicarme me ha devuelto mis noches calientes, porque eso es, crear un vínculo con el otro de mutua voluntad a entenderse; comunicarme me ha hecho pensar y ser crítica.

Justo Navarro